CONTENIDO
"Dueños" del mundo. 1 Mentirosos yahvedianos. 2 Humanos sanos contra gusanos. 4 Defensas desacertadas. 5 Auténticos redentores. 7
Los sionistas han sido unos persistentes abusadores, traidores, asesinos, genocidas, y saqueadores de los camitas, al menos desde que salieron del desierto al que los condujo Moisés tras sacarlos de Egipto, su primer esclavista histórico.
Pero 200 años antes -desde las épocas del desleal y sibilino Abraham, tío del atractivo Lot y esposo de la preciosa Sarai-, ese pueblo de pastores nómadas, por capricho de Abram, había resuelto expropiar a sus primos de sus feraces tierras.
Guiado por su perfidia (aunque posaba de "hombre santo"), no le importó que los hititas los atendieron tan bien, y hasta sepultura gratis para su esposa le ofrecieron, cuando la señora murió.
El incontrastable argumento, que invalida cualquier derecho adquirido por cualquiera, es que Yahvé les prometió esos terruños.
La prueba reina son los sueños de Abraham y de su espurio y tramposo descendiente, Jacob. Sueños que Moisés reforzó en los ex esclavos de los egipcios, mientras los mantuvo deambulando por el desierto, sin rumbo y alimentándose de maná, durante 40 años.
Con semejante raciocinio, los sionistas están resueltos a causar la debacle universal en que vienen enfrascados hace más tres mil años solares. ¡Uf!
Contra toda evidencia de derechos y desconociendo las más elementales nociones de justicia, insisten en expropiar de sus tierras y hasta extinguir a los descendientes de Cam, hermano de Jafet y de Sem. Esos son los tres hijos del famoso alcohólico Noé, constructor del arca o nave que los salvó del Diluvio Universal.
No les importa que los camitas lleven siglos ocupando sus tierras y defendiéndolas en las naturales guerras que han caracterizado la ahora agónica Historia, entonces naciente.
Con tales razones, los elementos más perturbadores, nocivos y persistentes que haya conocido la Historia, pretenden exigir derechos exclusivos de posesión sobre lo que llaman "Sión" o "Tierra prometida".
Insisten en justificar sus crímenes y posar de víctimas, acusando de antisemita a todo el que se atreva a desenmascarar su misión destructiva del mundo y la humanidad, que están ansiosos por concluir, y concluirán, si no reaccionamos rápida y contundentemente.
Está en manos de todos evitar la catástrofe anunciada.
Desde luego, los judíos no tienen la culpa de que el sector criminal que les ha enlodado la vida y ha constituido un factor milenario de inestabilidad para los demás pueblos, albergue semejantes ambiciosos desalmados, anclados al pasado.
Éstos fundan sus inexistentes derechos en un fanatismo inmoral y extremo, obsesivo; pero que, a pesar de lo absurdo y primitivo, consideran sagrado. Y están resueltos a imponernos su mesianismo al precio de destruir el mundo, si no reaccionamos.
Por tanto, el antisemitismo es una máscara oportunista con la cual los sionistas infaman a su pueblo, que ha dado gente tan lúcida y admirada como Jesús de Nazareth, o Albert Einstein, también tan apreciado.
Pero su engaño ha quedado al descubierto. Por eso, el antisemitismo no pasa de ser una expresión de unos pocos extremistas iluminados con ideas más desmesuradas que las de los sionistas, si se quiere, como las de los nazis con sus sueños de imperios milenarios.
En cambio, el antisionismo es una vacuna de la humanidad contra la guerra y los atropellos de los sionistas, auténticos cánceres de la especie humana.
De las doce tribus, los sionistas, posiblemente, son directos descendientes de Leví, el zángano encargado del culto entre los doce hijos sobrevivientes de Jacob (también conocido como Israel).
Éste fue quien le robó la progenitura a su hermano mayor, Esaú, lo que hace que sus descendientes sean uno impostores que ocupan abusivamente el puesto principal.
Históricamente, pues, su naturaleza tramposa la heredaron de Jacob, aliado con su madre Rebeca, quien lo prefirió desde que lo engendró y debió ser quien le puso su nombre, que significa "hacer trampa". No les molesta ni engañarse a sí mismos.
Aunque semejante estafador, su padre fundador, le robó la progenitura a Esaú, apropiándose de la bendición de Isaac a punta de engaños pérfidos, creen que la condición de "humanos superiores", que se atribuyen, les pertenece legítimamente.
Y quieren hacérnoslo creer a los demás, a la brava, con su alcahueteada capacidad bélica nuclear y su falta de escrúpulos.
Por tanto, consideran su derecho hacer realidad las promesas de la arbitraria bendición del cegatón Isaac a quien creía que era su primogénito; a saber: "Que mucha gente te sirva; que las naciones se arrodillen delante de ti. Gobierna a tus propios hermanos; ¡que se arrodillen delante de ti!" (Gn 27.29)
Afortunadamente, las víctimas de la estafa sufrida por Esaú tienen esperanzas, según la misma fuente. No estamos condenados irremediablemente, si nos unimos para hacernos fuertes e invencibles.
Según el mismo Génesis, después de conocido el engaño, Isaac bendijo a su hijo favorito prometiéndole que superaría la esclavitud que los descendientes de su hermano menor le impondrían a los suyos: "Tendrás que defenderte con tu espada y serás siervo de tu hermano; pero cuando te hagas fuerte te librarás de él" (Gn 27.40).
(Otra versión, más elocuente, del mismo versículo en español, es: "De tu espada vivirás, y a tu hermano servirás; pero cuando te fortalezcas sacudirás su yugo de tu cerviz").
Actualmente, su fanática obsesión exterminadora los retrata como el equivalente de los extremistas talibanes respecto al pueblo islámico, o los fundamentalistas ateos coreanos respecto a su alienado pueblo.
La humanidad no está en condiciones de seguir dependiendo de embustes y delirios. Sólo la salvará la verdad. Jesús insistió en ello, pero la Iglesia se lo apropió; y por dos mil años manipuló, tergiversándolo, su mensaje liberador, que ahora cobra más vigor cada día, y más adeptos.
Simultáneamente, los canallas que lo utilizaron van quedando desenmascarados porque ya la humanidad está abriendo los ojos y no tolera criminales, ni aunque se disfracen de santos y redentores.
Ante estos mitos, se pregunta uno si Esaú simboliza esa humanidad abandonada por Dios durante tantos siglos, y despojada de sus derechos legítimos por los potentados, ahora debilitados y a punto de ser derrotados por las mayorías decentes, si lo deciden.
Pronto, la verdad será el "fiel de la balanza" para todos. Llegó la hora de castigar a los impostores, asumiendo cada uno su soberanía y exigiendo respeto a su dignidad personal y reconocimiento pleno de sus derechos humanos.
La mayoría de los musulmanes no interpretan el Corán como un manual militar para la guerra religiosa, que autorizaría y estimularía la eliminación de los herejes; y sostienen que "matar a un hombre es como matar a toda la humanidad".
En cambio, los fundamentalistas seguidores de personajes como el petrolero santón, Bin Laden, agrupados en instituciones como Al Qaeda, constituyen bandas de asesinos, supuestamente embrutecidos por el dogma religioso que los induce a matar a todo el que dude de sus obsesiones absurdas.
El asesino tarado y todavía impune, igualmente petrolero, George W. Bush, decidió inmortalizarlos con el calificativo de "terroristas", tras los famosos bombardeos del 11 de septiembre de 2001.
Éstos constituyeron una oportuna conmemoración de los 28 años transcurridos desde que asesinaron a Salvador Allende acudiendo al inescrupulosos traidor Augusto Pinochet, con quien los usanos inauguraron la imposición del neoliberalismo a los gobernantes vendepatria de sus neocolonias, decretando su acelerada ruina.
Retornando a los musulmanes, aunque a sus jefes los mueven intereses más terrenales y lucrativos que imponerles a los herejes las enseñanzas de Mahoma y su dios Alá, éstos serían los motivos de los fanáticos combatientes, enemigos de los "cruzados", para inmolarse con una bomba atada al cuerpo o estrellando aviones contra las torres gemelas.
Pero son los motivos y los estímulos para las bases militantes, no para los ilustres guías (mulhas y gente así). Tampoco son las prácticas ni las convicciones de las mayorías afectas a ese credo.
De igual manera, los judíos, incluyendo a los que practican sus creencias sin ser extremistas fundamentalistas, tampoco son asesinos obsesivos.
En cambio, los sionistas, que dicen representarlos, son auténticas pestes para la vida, vergüenza para su etnia y su cultura, y enemigos de toda la humanidad ajena al "pueblo elegido".
Se han autodefinido como reyes de la creación y amos de todos los pueblos no elegidos por Yahvé para que le halaguen su enfermizo ego. Y actúan como tales, exhibiendo una arrogancia ridícula, típica de auténticos sicópatas despiadados, llenos de odio y convencidos de que les llegó la hora de la venganza.
Por tanto, el problema del sionismo no es que represente un pueblo guerrero que logró vencer a sus enemigos; ocasionalmente asesinando a todos sus integrantes y arrasando con sus posesiones.
Esos son sus logros, que les permitieron a los judíos sobrevivir con identidad propia en un mundo primitivo, naturalmente violento, hasta convertirse en uno de los pueblos más exitosos en la historia de occidente, a pesar de haber sido esclavo de tantos imperios, que lo utilizaron, lo admiraron, lo persiguieron y lo odiaron (la historia de Esther es hermosa).
El problema es que los sionistas insisten en imponerle sus mitos creacionales a todo el universo, por siempre, con una arrogancia tan desmesurada que los convierte en los peores enemigos objetivos de la humanidad.
Haciendo caso omiso de sus pecados, sus traiciones, su patronazgo logrado con estafas; no obstante sus engaños y perfidia, sus vilezas, sus abusos y bajezas; a pesar de que no son más virtuosos ni mejores que nadie, su fabulosa fantasía germinal, su origen mítico, como el de todos los pueblos, es una fábula que otros reconocen como tal, mientras los creyentes fundamentalistas la defienden rabiosamente como una verdad absoluta que representa la indudable voluntad de dios para toda la creación.
En el caso de los sionistas, su fe tiene el inconveniente de que les enseña que Yahvé, su arbitrario dios, aunque son tan ruines, los nombró herederos, dueños y amos absolutos del resto de "su" creación, con la condición de que respeten el sabath y se circunciden.
Semejante estupidez, tan enorme como ridícula, es la gran amenaza para la humanidad; su mayor tragedia social y antropológica a través de la Historia.
Actualmente sigue siendo notable su abusiva y desvergonzada ofensiva criminal contra los palestinos, a quienes continúan despojando de sus tierras, desplazando, reubicando, hacinando y asesinando, burlándose de la humanidad decente.
Desde luego, las pretensiones sionistas no son más que imposturas que toda la humanidad tiene la obligación de denunciar y repudiar, como una medida elemental para sobrevivir hasta construir un mundo armónico, equitativo, justo, pacífico y respetuoso de la naturaleza, donde todos disfrutemos del efectivo, y no meramente retórico, reconocimiento de nuestros derechos.
La amenaza es tan inminente y persistente, que tuvo que generar reacciones igualmente insensatas e indecentes, como los pogromos zaristas; o los autos de fe, las cámaras de tortura y las hogueras de la Inquisición, que dieron lugar a tantas conversiones de judíos (los llamados "marranos") para salvar el pellejo; o los campos de concentración y de exterminio, los laboratorios diabólicos, los hornos crematorios y las cámaras de gas empleados por los nazis contra los judíos y millones de seres humanos más.
Igual que el de los cristianos zaristas y el de los cristianos inquisidores, el propósito de los cristianos nazis, respecto a los judíos, era extinguirlos de la faz de la tierra, según lo intentó el orate Hitler, convencido de que era un elegido, predestinado para depurar la raza e instaurar una dictadura de mil años, el tercer Reich.
La causa de estas persecuciones históricas contra los judíos es que sus dirigentes y guías, rabiosamente sionistas, insisten en su absurda pretensión de someter la humanidad y la creación entera a sus fantasías mesiánicas.
Siguen empeñados en "que las naciones se arrodillen delante de ti", según le prometió Isaac al impostor Jacob.
Y las ofensas y persecuciones de que han sido víctimas desde tiempos remotos, por tantas civilizaciones e imperios que los han esclavizado, los inducen a vengarse de todo el mundo.
Por fin disponen del poder necesario y del apoyo incondicional del país más poderoso del mundo, su colonia de occidente, para cumplir su destino bíblico, desquitarse de la humanidad y recibir al Mesías que concluirá la aventura humana y los confirmará como los amos absolutos del universo.
Por fortuna, la maldición que significa para los judíos la promesa de Isaac a Esaú de que se librará de los abusos de su hermano cuando se haga fuerte, nos demuestra que los podemos vencer para frustrar sus planes apocalípticos de fin del mundo.
Semejante despropósito es la principal amenaza de extinción que enfrentan las especies vivas y el planeta, a punto de sucumbir definitivamente con la tercera guerra mundial, que los sionistas se esfuerzan por precipitar para vengarse de los demás, que tan mal los han tratado y que tanto los han utilizado.
De ahí la saña histórica contra ese pueblo, guiado por bestias tan ambiciosas, criminales y traidoras. Sus dirigentes son idiotas que inducen a los creyentes cerreros a destrozar sus cerebros dándole cabezazos al "Muro de los lamentos", esa pared que quedó en Jerusalén después del asesinato del líder que muchos identifican con el Mesías.
Quieren acabar con el mundo para hacer efectivos los sueños del alucinado marido de la bella Sarai. Y esperan que los apoyemos en su locura. Al menos, ya se apoderaron de USA para adelantar sus exterminadores anhelos.
Se burlan de las resoluciones de la ONU, después de que los legalizó abusando de los palestinos, al despojarlos arbitrariamente de sus territorios para asignárselos a los judíos, recién llegados después de la diáspora que les impusieron los romanos tras derribarles el templo reconstruido.
Se sienten tan poderosos y respaldados incondicionalmente por el desastroso y esquizofrénico imperio usano -supuesta fuente inagotable de democracia y libertad- que amenazan con sus armas atómicas al mundo, en particular a los palestinos, los árabes y los musulmanes.
Por eso, los tienen sin cuidado las iniciativas del Imperio para reducir el arsenal nuclear, como lo probó su desprecio a la "cumbre nuclear" convocada por Obama a mediados de abril de 2010.
Quizás hasta sea parte de sus burdas maniobras para desencadenar la tercera guerra, contando con ventajas cuantitativas en cabezas nucleares que les den superioridad bélica para desatar la hecatombe sin correr mayores riesgos; pues su influencia en USA es innegable, desde la misma independencia, a través de la masonería.
Tanto los sionistas como la energía atómica hacen parte de las grandes calamidades que están destruyendo el mundo y tenemos que repudiar para evitar la extinción. La tarea les corresponde a todos los habitantes dignos de la aldea global.
¿Seguiremos alelados viendo como culminan la depredación los potentados, de los que los sionistas han hecho parte, preferentemente como banqueros mimados de los príncipes?
Las personas sensatas, de todas las religiones, tanto como las agnósticas y las ateas, pueden reaccionar para impedir que sigan adelante los planes de los arrogantes, anacrónicos y despistados asesinos.
Éstos poseen cerebros reptilianos, propios de sicópatas, y enormes fortunas adquiridas con estafas, como la que inmortalizó Shakespeare con su "Mercader de Venecia", donde el estafador sale estafado y humillado; o las que les aplicó Madoff a los grandes estafadores del presente, dándose el placer de engañarlos, aunque le costó una sentencia de 150 años, porque la estafa y el engaño duelen, de modo que quien tiene la oportunidad de cobrarlos, lo hace, si es gente.
Está en nuestras manos impedir el fin de los tiempos, pero tenemos que dejar de ser tan cobardes, alienados, arrodillados e indolentes. Necesitamos dignidad.
El tiempo de los líderes y los caudillos, de cualquier pelambre, ya pasó. Llegó el de los individuos maduros, capaces de velar por sus intereses y defender sus vidas y su bienestar, mediante la lucha común, sin reconocerle prerrogativas a nadie pero suministrándoles a todos lo que sus talentos requieran para desarrollarse y hacerle su singular aporte a la vida.
Exijamos la garantía de los derechos humanos para todos; de modo que trascendamos el egoísmo miope, pecaminoso, propio de los individualistas acaparadores y avaros, incapaces de solidaridades y empresas colectivas. Semejantes llagas están dedicadas a extraerle a la tierra sus riquezas para convertirlas en basura y en cuentas corrientes y de ahorros, en títulos valores y desiertos.
Es una tarea común, que les arrebata sus privilegios a los potentados y sus sirvientes para convertirlos en derechos naturales de todo el que reciba el milagroso don de la vida, aunque su sangre no sea azul sino roja, como la de la mayoría de los seres vivos.
Es un asunto de elemental dignidad, tanto como una medida urgente para asegurar la supervivencia.
Llegó la hora de sacudirnos de la cerviz el yugo de los potentados, incluyendo y, quizás, comenzando por los sionistas, las lacras más persistentes y peligrosas, que son ejemplo y sustento de otros privilegiados de condición superior a la de los demás mortales, según quieren hacernos creer, aunque carecen de cualquier argumento racional para demostrarlo.
A medida que están cada vez más nerviosos, débiles y desatinados, los demás humanos somos más sensatos, ecuménicos y fuertes.
Progresivamente nos fortalecemos y comprendemos que somos capaces de salvar el mundo si nos deshacemos de sus grandes enemigos: los potentados y sus lacayos; y establecemos una sociedad plana donde todos valgamos lo mismo, y el respeto sea el principio rector de las relaciones sociales.
El presente y el futuro de la humanidad y de la vida no pueden seguir dependiendo de los caprichos de un caudillo, ni del fomento de las fortunas, el poder y las arbitrariedades de los potentados, tan retrógrados, ineptos y perversos.
Todos ellos son seres incapaces de entender los desafíos y las oportunidades del presente. En consecuencia, están vitalmente comprometidos con el estado de cosas existente, que nos amenaza con la desaparición en medio de dolores sin cuento, según las profecías que los potentados se empeñan en imponernos como un inamovible inevitable.
Es indispensable garantizarles una vida digna a todos los humanos, por cuenta de la sociedad en vez de por la fortuna personal y los determinantes de cuna.
El miope individualismo capitalista ha perdido su razón de ser debido al increíble desarrollo de las fuerzas productivas, que ofrece un futuro luminoso, forjado en la verdad y respetuoso de ella y de los fueros de todos los seres vivos, si derrumbamos las barreras artificiales construidas para proteger intereses mezquinos.
La socialización de la riqueza común entre unos pocos privilegiados, que se la roban al resto; tanto como la distribución de las pérdidas de los grandes capitalistas entre toda la población; han sido constantes en los países capitalistas.
Se desatacan en la actual crisis usana, cuyo gobierno republicano tantos billones les entregó a los potentados ladrones y cínicos, sin mayores condiciones ni controles. Simultáneamente, los jerarcas de ese partido les escamotearon a las mayorías menos de un billón, que servirá para proteger su salud durante diez años; y que finalmente fue aprobado tras superar grandes dificultades.
Pero no les incomoda que las mayorías indefensas sigan siendo despojadas de sus hogares en beneficio de los banqueros tramposos, ya resarcidos de sus pérdidas con los fondos públicos, pero no saciados, de modo que siguen apabullando a los "perdedores".
Su abuso es tan notable como estéril en frutos de progreso, que ha de dar paso a la inevitable socialización de la riqueza común en beneficio de toda la humanidad, sin las discriminaciones de los acomplejados potentados, quienes, a pesar de sus miserias e incapacidades, siguen considerándose superiores.
Por fin estamos en condiciones de garantizar que todos quepan en la cama y nadie tenga que dormir en el suelo ni vivir como un gusano si esa no es su naturaleza. Tenemos la capacidad para derrotar la Historia e ingresar a la Nueva Era, si nos atrevemos a ser dignos y soberanos.
Es cuestión de decencia, conciencia, amor propio y mayorías. Depende de cada uno, pues ya los representantes no tienen justificación. Tú decide qué hacer. ¡Ojalá elijas comprometerte con la vida!
Alejandra Villegas G.
