La Segunda República, me permito recordarlo, instituyó la separación de la Iglesia y el Estado en su Constitución de 1931, y en su artículo 26 señaló que “todas las confesiones religiosas serán consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial” y, más importante aún –por su significado en México después de que el vocero de la Arquidiócesis dijo que por encima de nuestras leyes estaban las de Dios–, fue que explícitamente señalaba que quedarían disueltas las órdenes religiosas “que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado”.
Esto y más lo echó abajo el franquismo y al Papa alemán le ha molestado que ese laicismo de la República Española haya sido retomado por los gobiernos posteriores a la larga noche de la dictadura que no sólo fue fascista sino favorecedora de las órdenes religiosas más reaccionarias del siglo XX, entre ellas el Opus Dei y la Legión de Cristo, ahora tan de moda por los crímenes de Marcial Maciel.
La Jornada (6/11/10) citó una significativa declaración de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que reúne a víctimas y familiares de la represión de Franco: “Es lamentable que Benedicto XVI haga esas declaraciones en uno de los países donde se han producido más abusos de todo tipo por religiosos católicos”, y que “haya desaprovechado la oportunidad de pedir perdón por el apoyo de la Iglesia católica a la dictadura”.
No conforme con esas reaccionarias declaraciones, que nos recuerdan el nefasto papel de la Iglesia católica en la persecución de judíos y musulmanes, la Inquisición y las bendiciones papales al fascismo europeo y latinoamericano, Benedicto volvió a la carga en contra del Estado laico, del aborto, de los anticonceptivos, del condón, de la homosexualidad y de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Y, por si no fuera suficiente, en el colmo de la chabacanería estética, consagró la feísima iglesia diseñada por Antoni Gaudí que ni siquiera está terminada.
En México sabemos muy bien lo que significan declaraciones como las mencionadas, realizadas por el jefe mundial de la Iglesia católica. Las padecimos en los tiempos de Calles y el maximato, cuando hubo encíclicas directamente dirigidas a incitar a la rebeldía contra nuestra avanzada Constitución (previa, hay que decirlo, a la de la Segunda República española) y a desobedecer a los gobiernos de nuestro país. Las padecemos ahora en voz de la alta jerarquía eclesiástica y de los grupos de católicos seglares que representan a las fuerzas más reaccionarias de nuestra maltratada nación, a la contrahistoria y a los valores cuasi fascistas que insisten en revivir.
En unos días saldrá a la luz un libro que titulé (provocadoramente, lo confieso) La Iglesia contra México. Este libro, con veintiún autores*, será una aportación al debate sobre el tema. Se abordan los problemas de la intervención de la Iglesia contra el laicismo y sus campañas no olvidadas contra el comunismo (aunque éste no esté de moda en la actualidad); sus ataques a las instituciones de la República y a las leyes que permiten el aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo y a las limitaciones para que curas y monjas se apoderen de la educación de los niños, por lo menos en las escuelas públicas. Se destaca también su oposición a los homosexuales, al condón, a la “píldora del día siguiente”, a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, a la libertad de las mujeres, incluso católicas, para decidir sobre su propio cuerpo, a la democracia, a la ciencia y a la libertad de creencias. También hace referencia a otros temas de enorme importancia como la relación con el narco y al uso de la religión como fuente de poder.
La Iglesia católica (y no es la única) sigue insistiendo en la imposición de sus obsoletos valores religiosos en la esfera pública y, por quién sabe qué razones, continúa pensando colectivamente (como institución) que el hecho de que en algunos países tenga seguidores (su famoso “rebaño” de fieles) la autoriza a meterse en el reino del César en lugar de conformarse con el reino de Dios, que debiera ser bastante. ¿Habrá en la Iglesia católica otro papa como Juan XXIII? Bueno sería que hubiera otro aggiornamento como lo intentó ser el Concilio Vaticano II: buscar lo positivo de los tiempos nuevos y establecer un fructífero diálogo con el mundo de nuestra época con énfasis en lo que une a la humanidad y no en lo que la separa.
Benedicto/Ratzinger no ha querido reformar su iglesia ni entender lo que la mayoría de la gente, religiosa o no, desea en su vida cotidiana. Cree, neciamente, que sigue viviendo en la España de los reyes católicos del siglo XV y su limpieza religiosa. Piensa que vive todavía en la época de las conquistas y sometimientos de entonces, nada cristianos por cierto aunque se les llamara “evangelización”. La intolerancia sigue esparciéndose desde el Vaticano en similar proporción que sus nexos y complicidades con las fuerzas más conservadoras y poderosas del “mundo cristiano”, razón por la cual pierde adeptos y aceptación entre las nuevas generaciones.
* Los autores son: John M. Ackerman, Rafael Barajas (El Fisgón), Bernardo Barranco V., Roy Campos (Consulta Mitofsky), Fernando del Paso, Álvaro Delgado, Rodolfo Echeverría Ruiz, Javier Flores, Felipe Gaytán Alcalá, Antonio Helguera (Helguera), Juan Luis Hernández, José Hernández (Hernández), Marta Lamas, María Consuelo Mejía (Católicas por el Derecho a Decidir), María Marha Pacheco, Braulio Peralta, Samuel Ramos Palacios, Gonzalo Rocha (Rocha), Octavio Rodríguez Araujo, Pablo Serrano Álvarez y Josué Tinoco Amador.
http://rodriguezaraujo.unam.mx/
El socialismo es una puerta, ..."Por donde pasará la Luz a disipar las tinieblas!"
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